Estamos viviendo tiempos en los que está quedando cada vez más en evidencia la fragilidad de Europa, basada en debilidades que nacen de la desindustrialización. Lo último está siendo el desastre que está provocando el atasco en el canal de Suez tras encallar un barco cargado hasta arriba de contenedores.
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Está por ver el daño a la actividad industrial que va a producir el corte de suministro durante semanas que acarrea este incidente, que trae de donde hay fábricas productos que aquí cada vez hacemos menos y componentes que se necesitan para que la industria que tenemos pueda seguir funcionando. Lo que ya estamos sufriendo son los efectos de la falta de semiconductores, que están causando cuellos de botella en industrias como la del automóvil, tan importante para nosotros.
El mercado no se nos da muy bien cuando queremos comprar lo que fabrican otros, que también lo necesitan, como pasa con los chips, pero no parece irnos mejor a los europeos cuando fabricamos pero otros negocian mejor o más rápido que nosotros en el mercado, como está pasando con las vacunas del Covid. Desindustrialización y burocracia son mala mezcla. Ya la pandemia nos había dado un toque de atención importante cuando nos encontramos, al principio, sin respiradores, mascarillas... que se fabricaban mayormente fuera de Europa.
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Son baños de realidad, que nos indican una y otra vez que esa idea, tan extendida entre nuestra gente, del "que fabriquen ellos", el "que inventen ellos" del Siglo XXI, es un billete de ida hacia la irrelevancia.
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