Hoy he recibido una buena noticia. Me ha visitado un empresario veterano, al borde de la jubilación, con una empresa industrial, pequeña, pero bien posicionada en su sector, como muchas de nuestro entorno. Años de experiencia acumulada, inversiones, lucha con, en general, buenos resultados, superviviente de la crisis, pero...
La sombra en el final de la vida empresarial de este hombre, como el de tantos otros, lo constituye algo que forma parte también de su éxito en la vida: sus hijos son buenos profesionales en otros sectores, y no quieren saber nada de seguir con un negocio en el que la viruta se genera no en sentido fugurado, sino real. Los trabajadores, con cierta edad también, no quieren hacerse cargo de la empresa en las condiciones que plantea el dueño -que no son nada del otro mundo, hasta donde sé, pero que no covencen a gente que son buenos trabajadores pero que no se ven llevando el negocio.
La situación es complicada, y en algún caso similar que he conocido no hace mucho, el final no es bueno. El caso es que este hombre ha tenido el detalle de acercarse para informarme de que ha vendido la empresa a otro industrial, este sí, con hijos que quieren seguir con el negocio en un futuro todavía lejano, propietario de una pyme de actividad similar pero enfocada a sectores diferentes.
"Bien, ¿no?", le digo al vendedor. "Muy bien", me contesta. "Muy buena solución. El comprador " -que es amigo común- "tiene planes de futuro, a sus hijos les gusta el negocio y seguirá con los trabajadores que tenemos". Nos despedimos, nos damos la mano y, de vuelta al día a día, agradezco a los dioses de la taladrina que sigan velando por nuestro futuro.