En los últimos tiempos me voy encontrando con varios casos calcados: industrial cercano a la jubiliación decide poner a la venta la empresa, porque sus hijos no tienen ningún interés en seguir con la empresa. Es gente que no puede ocultar su tristeza, puesto que los dos motivos principales que le hacen sentirse orgullos de su trayectoria -unos hijos que se han hecho un lugar en la vida y una empresa que se ha hecho un hueco en el mercado- no convergen. Son ejemplos de que no siempre el hacer bien las cosas llevan al resultado mejor.
¿Por qué se dan estas situaciones? Cada caso es un mundo. Quitando aquelloss en los que no haya herederos, veo que las dos razones básicas para que se quiera vender la empresa son o que los herederos tienen formas mejores -o más cómodas, al menos- de ganarse bien la vida, o que existe un problema serio de relación entre sucesores, con demasiadas partes en liza, cada una con sus intereses. Los casos que se dan atendiendo a esta última situación no son muy diferentes de los que suceden cuando se trata de la sucesión en la propiedad de fincas, inmuebles u otros objetos, en los que, al final, la única forma de reparto acaba siendo la de (mal) vender la propiedad y hacer el reparto en una forma que admita quebrados y decimales.
En un entorno como el nuestro en el que mucha pequeña industria es el fruto de la iniciativa de un emprendedor, el de la sucesión ordenada debería de ser casi cuestión de estado, ya que lo que para el empresario es un problema personal, para la empresa es un problema de continuidad, que pasa a ser un problema para todos. Hay mucho conocimiento práctico acumulado, capital invertido con ese buen criterio que da el que el dinero que se pone en juego es de uno mismo, y no de una corporación impersonal, hay puestos de trabajo capacitados, que las características de nuestro sistema productivo permite una difícil reubicación...
Parte del futuro de nuestra industria se juega en el cambio generacional. Por eso, el buen fin de los casos de empresas familiares sin sucesión clara son algo más que problemas personales de emprendedores en el final de su vida profesional. A todos nos va algo en cada una de esas pequeñas historias familiares.